sábado, 14 de febrero de 2009

Redención

De joven aprendí a observar con asombro y ternura tu extensa y fornida belleza. A una distancia prudencial, vale aclarar. Y esto es por no poder estirar más mi cuerpo sobre la ventana de mi hogar, por miedo a caer en tu misterioso follaje de penumbra, y por temor, claro está.

De noche, venía a mi recuerdo la sombra que dibujaban tus alas sobre la húmeda acera en aquellas tardes de otoño. Con colores cálidos, me ahogabas el sueño noctámbulo y lo hacías con la fuerza de quien ama, soltando la vergüenza que de día te censuraba…


Conociendo mi hábito posesivo de piel humana, fuiste ingeniándotelas para llamar la atención, de a poco y de un primer momento. Allí, donde no distinguía mi desconocimiento y tu beldad, donde la intriga y la fascinación se confundían cegadoras, fue que decidí grabar mi nombre en tu tez. Muy alto. Bien alto –empresa épica-. Casi tan alto como me fue posible, una mañana de exaltación espiritual y ganas desmesuradas me prometí trepar tan alto que la advenida hormonal pareció ridícula, de momento.



Un punzón pre-escolar en mano y la asistencia incansable de la inercia del deseo. Con esas pobres herramientas, comencé a trepar.


En el camino rasgué mis manos, mis rodillas, mis prendas. Bebía la saliva con rabia. Mi único premio sería llegar a la cima, y nada detendría mi paso. De repente un sonido estruendoso detuvo la escalada -comencé a desconfiar de mi inconsciente; el bastardo osaba jugar con la distracción; pero no, no contra mí; ¡ingenuo!-. La adrenalina corrió en mi cuerpo con furia. Debía cumplir mi empresa. Debía, aún, grabarte mi vida. Me debía una promesa. Debía marcarte, con mi fuerza infantil y mi punzón de juguete.


Se hacía tarde ya (en la mañana misma). Sentía que el tiempo se consumía, sin saber, sin embargo, qué me apresuraba. Sólo conocía mi desesperación, y es por ésta que decidí detenerme y consumar el acto sin osar llegar tan lejos.


Comenzó la labranza. En un primer momento costó vencer el primer obstáculo: una gruesa capa de tu piel que me vertía impotencia sobre la espalda. Así todo, logré dar los primeros pasos.

Otro estallido fuerte como un trueno logró que soltara mi arma. Y allí me encontré, frágil. Estuvimos, quiero decir. Nosotros dos: mi deseo y tu sencillez, mi esmero y tu quietud. Intenté terminar la obra con mis dientes, con mis uñas. Lo que fuera necesario debía ser empleado en esta oportunidad: única. Cualquier parte con filo en mi cuerpo cobraba rápidamente utilidad y sentido.


Pero todo tuvo que acabar, como rápido acaban las buenas nuevas. Un tercer estallido hizo que perdiera el equilibrio y esta vez sí me deje caer, ahondando mi vergüenza prematura y mi miedo compañero. Perdí toda la furia y en la compañía de un ínfimo instante, caí. Golpeé mi cabeza contra el suelo y me dejé desvanecer, observándote como quien admira, taciturno, la inmensidad de un océano o del cielo mismo. Contemplé tu altura, tu pasividad y tu lejanía…


Recién hoy, ya mayor, despertando y maquillando en mí las cicatrices de la aventura, después de años de desazón, impaciencia, incertidumbre y algunas horas de angustia, recién hoy descubro la magia, tras aquel grueso velo de incomodidad.


Creo haber obrado con esfuerzo, pero soy capaz nuevamente de aplazar un momento las puertas de la imaginación y fijar mis ojos en la idea. En el simple suspiro del hallazgo. Hoy entiendo lo insustancial de la impaciencia, lo grave de cegar el sentido con imágenes vírgenes de razón.

Hoy, que en la tranquilidad tomo la idea, pido perdón. Con el impulso de esta triste hoja en blanco, pido perdón y agradezco. En este acto en que redimo mi error, mañana, o tal vez cuando me veas capaz, y con la amabilidad pretérita, pido que me devuelvas la oportunidad de trepar entre tu piel hasta tallar, ya con una gubia adulta, el resto de mi vida, mis letras, en ti.-


L. U. - 02/09

domingo, 5 de octubre de 2008



No sostiene, el origen de los caracoles, la bondad de su esencia. Y es polvo el polvo siendo los colores de sus caracoles, marrones, colorados o blancos.

En su suavidad exquisita de filo arrepentido de ostra resquebrajada, nace la naturaleza de este galopante de orillas, de este conocedor sabio de pieles humanas.

La eternidad de su reposo, interrumpida breve por el sabio vaivén de la brisa salada de mar, es quien traduce paz en los pies que la rozan; y en su reflejo que esboza mesetas desnudas, muere el frío de las almas en pena que su voz silenciosa visitan.

Cuanta inmensidad y cuanta fragilidad la de este gigante que erige melodías que la lluvia voraz no desbasta; que mide tiempo sin medir; que seca de sal, al agua dulce.




domingo, 3 de agosto de 2008

Puntos de vista


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viernes, 18 de julio de 2008

Paseo

Baldosa si, baldosa no. Pateo una rama. Esquivo una laja floja. Baldosa si, baldosa no.

Los oídos enjabonados en una melodía de indie rock y el mundo entero que registra su paso al son de un tango medio amargo de mediodía húmedo y pegajoso, con sus grises y sus blancos echándome el ojo.


El paso atragantado no me deja reparar en toda la angustia citadina que me reprocha un caniche producido al límite de la exageración. Tampoco en las extremidades venosas de su pareja, que contradictoriamente, lo trata como a un perro. Lo grita. Lo zamarrea. Escasea libertad en esas patas y en esas manos. Escasea el deseo por lo desconocido en todas las formas de vida que me saludan al pasar.


De a ratos, su palidez echa por tierra mis deseos, los consume, los fuma en una pitada feroz. Esos deseos que supieron ser portentosos, salvajes y juveniles. Pasé una vida peleando para que estas baldosas no delinquieran con mi reflejo, y resulta ser mi piel, hoy, un manojo de mezcla y canto, mis ojos hojas secas, y mis pensamientos algas que respiran y nadan en el smog turbio del transporte público.


Sin embargo y socavando la naturaleza del ambiente, hay árboles, hay yuyos entre los canteros mugrosos de vidrios rotos y desperdicios, hay palomas cerca del montón de migas de pan, hay hombres detrás de esos hombres y estás vos, detrás de esa cortina de polvo de construcción. Estás vos que apareciste, impávida, solemne, clamor en la angustia y la desazón, con andar de vago recuerdo de la realidad. Con tu cabello de recién pulido y tus dos piernas perfectas que atrapan instantáneamente mi andar en una actitud poco menos que hipnotizadora.


Tu vida parece rondar en un círculo de perfección. Tu realidad es el contraste perfecto con mi exterior. Es allí donde convergen mis fantasías más presuntuosas, mis recuerdos más entrañables, y mis deseos más voraces.

Rápidamente me embarco en la idea de pertenecer a tu círculo. Funcionas como un aura de anacronismo diurno, donde todos los planes son perfectos y la celestial idea del bochorno es cosa de todos los días.


Ahí vas, con tu pelo, tus piernas y tu círculo. Lejos de mí. No tan lejos. Serán unos pasos nomás. Mi fantasía te alcanzaría en un abrir y cerrar de ojos. Un poco menos lejos. Y ya te tengo. Ya puedo oler la fragancia del shampoo que traes. Ya puedo degustar la colonia que usas. Puedo ver, a través de tu nuca, lo que tus ojos miran. Y por sobre todo, ya puedo sentirme dentro de tu círculo.


Voy hacia delante como quien respira. Me detengo en una esquina, como quien huele. Sigo la coreografía perfecta de tu vida porque ya soy parte de ti. Y tú, ni retraes tu atención prodigiosamente distraída para hacer hincapié en mí. Sólo te excita sacar un cigarrillo de tu bolsa, introducir a un extraño en tu vida, pedirle fuego, expulsarlo como basura, y seguir con tu vida, que no es mía, pero que es parte de mí. Mejor dicho, yo soy parte de ti.


Siento comezón en lo bajo de mi espalda y veo como te rascas impacientemente, sustituyendo la tragedia de tu cigarro con el arte de tus manos danzando sobre tu cintura.


Santo Dios. ¡Qué imprudencia de mi parte! No reparar en la hermosura de tu cintura. Que bella. Que bella es tu cintura. Que bella es cuando la desnudas por fuera de ese saco de corderoy que tanto bien te hace. Y que delicadas que son tus manos. Que suaves deben de ser. Y con que pasión han de acariciarme. Con que dulzura he de abrazar tu cintura y habrás de sujetarme por la espalda, sosteniéndote sobre la punta de tus zapatillas ajustadas, inundándome y ahogándome con el aroma de tu cabello, dejándome que respire sobre tu cuello y que derrame algunas lágrimas allí, justo cuando piense que te marcharás.


Voy a tu lado. Me miras y te miro. Te deseo y me deseas. Puede que en la impaciencia nos odiemos, y que en la presencia no digamos basta hasta no sentir desaparecer el temblor de nuestros cuerpos, no hasta ver derramar gotas de impotencia por no poder dejar de sentir.


De nuevo veo a través de tu nuca, en esa, tu presencia de cercana distancia. Y sí, en verdad te noto distante. ¿Qué ha de ser ese ruido tan molesto? Escucho ladridos, me duelen las manos y siento puntadas en el pecho. Ya no es como antes. La inoportuna prisa de tus pasos ya no me ordena. Escucho el crujir de mis dientes como mascando arena. Trato de alcanzarte y tropiezo. Levanto la vista, y ya no estás. Te desapareces como con impaciencia. Como en ganas de verme gritar. Y grito. Y grito más. Y todos me miran. Sólo los perros me ignoran. ¿Será que no entienden de mi furiosa nostalgia? ¿De mi odio? Y corro. Y corro más fuerte. Y cruzo la calle. Esquivo los autos y sus bocinazos. Y concluyo al otro lado, con un jadeo de pobre atleta. Miro y no, ya no estás. Mi desesperación no quieren confirmarlo y mira nuevamente. Y no te encuentra. Y no te encuentro. Y en verdad te desapareces cuando te desapareces. Y grito. Y me miran. Y los perros vuelven a ignorarme, pero ya con pena. Puedo oler su pena por mí. Y lentamente, me hago rastro en la acera humedecida por el rocío y el frío de las baldosas se apodera progresivamente de este cuerpo inútil. De mis manos. De mi brazo, de mi rostro. De mí. Y lloro. Y lloraré hasta olvidar. Y no olvidaré. Y no olvidaré nunca...

martes, 29 de enero de 2008

IGNORAR: El fácil camino sobre la mar

a Flor

Otro día más en ayuna de encantos, impulsada por la inercia misma del nuevo día.

Las mantas ya no parecen tan livianas, mucho menos el traslado fútil de mis piernas envejecidas.

La vaga suerte trajo, este octubre nebuloso, una cálida brisa matutina. Revienta, benévola, en la cara misma del deshielo.


¿Me dan ganas de café, leche o mate? ¿Tostadas o masas? ¿Caminata o reposo? En fin. De qué preocuparse cuando existen las mismas ganas que antes de ayer.


Ni el goteo solitario de la ducha engaña hoy con algún sonido. Rato hacía que nadie hablaba cerca. De algo novedoso al menos. Rato hacía.

No es que tenga esto mucho de nuevo, pero los rincones que hoy toca recorrer llevan largo tiempo de encierro.


Me acerco a un brazo de distancia de la hornalla, donde puedo, ya, escuchar el susurro tenue del agua hervida. Adivino, una vez más, cómo apagar este bendito aparato, después de soplarla inconscientemente. La hora del desayuno me encuentra envuelta en ese olor dulzón que conocemos sólo quienes no logramos aprender a usar la hornalla.


La historia que me piden contar -historia que muy pocos conocen en verdad y que llevo a fuego- es la de un ser entrañable. No tanto para muchos, pero sí mucho para mí. Tantas veces fue agradecido mi calor que son inevitables estas lágrimas.


Pueden hablarme de recuerdos añorados pero también lastimosos. Mucho es el tiempo que he pasado ya sin verlo. Mucho desde aquel día en que se secuestró de las manos de sus padres y puso fin a la aplacadora barrera del cuidado maternal que lo mantuvo tanto tiempo lejos de sus sueños. Sueños de aventura. Una de esas pocas que empieza y termina en valiente travesía temeraria.


Tengo tanto para hablar de él, y tan poco me piden descubrir. Me lastima la cautela de sus sabedores, si se me permite el término. Me lleva al descontento, me hiere profundo. Cuánta vida hay detrás de cada persona, y cuánta más puede descubrirse cuando no se la quiere indagar.


Estoy agotada, y el único trazo de esta sedienta hoja es una triste gota de mate amargo y otra de mis lágrimas.

Dios, qué molestia tan absurda. Ni siquiera escribir, recuerdo.

Después de tanto hoy vuelvo a sufrir la falta de palabras para deshilar mi vida. Que excitante y que humillante. Pero, ¿quién sería yo en tal caso –obligada a esta tarea-? Ah, madre de las vergüenzas. ¿Quién pudiera leer estas líneas? ¿Y a cuántos importara realmente? ¿Cuántos acudirían de soslayo al porvenir de mis pensamientos, o incluso indiferentes? Espero no decepcionarlos. Ni a ellos ni a mi solicitante. A ninguno. Tampoco a mí. Mucho menos a Él. Que viva entonces su puro recuerdo. Y que no lo apaguen nunca.

--------------------------------------------------------------------

"

8 de Octubre de 1997

Ernesto G. de la Serna, pte.

An pasado y pasaran muchos año que ya no está entre nosotro pero tu imajen no se borra jamas junto a tu nombre recorreré el mundo entero.

Yo no bengo a rendirte un homenaje porque se que no me lo hubiera permitido nunca te gustaron las adulaciones sello con que se distinguen los grandes como voz.

Yo solo quiero recordarte como era y contarle a lo que no tuvieron la suerte de conocerte era un niño sumamente intelijente y de adolecente y un ejemplo para mucho y principalmente para la juventu y de hombre un baliente guerrero mirá si lo era que un dia con tu pecho en alto desafiaste un fusil resiviendo aquel tiro mortal que termino con tu vida ordenado por un cobarde si tu pecado fue tomar las harmas para defender una causa arjentina pienso que tus resto deberían descansar aquí bajo este pedasito de suelo que te resibio con los braso abierto cuando de niño llegaste aquí buscando saber aquí, esta en tu casa y porque pasaste parte de vida y porque sos nuestro y por ser argentino. Evoco su memoria brindando justicia y que el entrego su vida por ello.

Gracia.

Rosarito."

Doña Rosarito a Ernesto

Museo del "CHE"

Alta Gracia, Cba.

I - 2008

miércoles, 12 de diciembre de 2007

La venturosa vida de Páramo - I

Aventura No 1

-DETRAS DE TODO GRAN PAPEL PICADO...-


Y entonces, los incrédulos ahora ex alumnos de 7mo grado de la primaria, jolgoriosos, astutos, intrépidos, incrédulos, comenzaron a despedazar hoja por hoja el contenido de sus carpetas.

Algunos, aun más entusiasmados, llenaron sus mochilas con apuntes y cuadernos de años anteriores, para hacer de la locación del festejo, un lugar imposible de limpiar. Otros, no satisfechos con la aparente inmadurez de sus compañeros, optaron por los fuegos de artificio.

El terror de algunas madres, la impresión en el rostro de otras, la alegría infantiloide de las primerizas, la desazón de las del hijo menor, quienes hacían constante alarde de ser la cola del último vagón del tren, fueron sin duda las imágenes más audaces.

Entre alaridos, saltos, cantos, risas, lágrimas y algunos abrazos, fueron cubriendo aquella fachada de recuerdos, nostalgia, y sentimientos encontrados.

Pero fue durante la noche, aquella angustiante noche de diciembre, en la que sólo el calor de la primavera incipiente se dio cuenta que aquellos jóvenes entusiastas de las vacaciones, había olvidado romper los separadores de sus carpetas.

lunes, 12 de noviembre de 2007

"...ni olores tan reales."

"Quizá los olores evoquen el privilegio de la invisibilidad. Antes del tacto, sucede el olor, como mensajero de una esencia que sabe desaparecer en el aire y ser agente de un gran poder. La seducción que despliega el olor es implacable: se instala en nosotros y sella su poderío en los tejidos de la memoria."

-Patrick Süskind-

lunes, 29 de octubre de 2007

'Anoche' (con música recomendada)

(No soy un profeta. Soy un simple sentimental.)

Anoche

Los sentimientos mutan junto con las horas, con los días, con los estados del tiempo, y con los momentos vividos. Los sentimientos son una catarata de batallones inoportunos de señales que obran por tomarte desapercibido tanto para bien como para mal. Son deseos y también son consecuencias. Son sinceros. Son malintencionados. Son mentira y son verdad. Son lo que queremos ser y son lo que no queremos hacer. Son cada una de las catapultas que catapultan nuestros actos que a su vez catapultan buenos y malos resultados. Catapultas. Suena a eyección, y suena a suicidio. Pero bien sabemos que los sentimientos nunca nos conducen por los rieles más leves. Siempre nos catapultan. Siempre son el camino rápido. Lo que nunca sabemos (o a veces no queremos saber) es la luz de ese camino. A dónde vamos.

Pero no me cito hoy para hablarte de todo eso que nos pasa cuando los ojos tenemos bien abiertos. No cuando los sentidos están alerta. No cuando la luz nos pega en la cara y nos rechina la visión. No cuando los gritos o las palabras son más importantes que los sentimientos mismos. Malos o buenos. No cuando vale más un conjunto de esas palabras que el más puro de esos sentimientos. No cuando las acciones no se catapultan por nuestros sentimientos, convirtiendo nuestra actuación en legítima, sino que se rigen por patrones totalmente ajenos. No cuando, básicamente, no somos nosotros sino lo que esperan que sea de nosotros. No cuando la vida se remite a ser producto y respetar especulaciones de índole terciaria.

Voy a hablarte hoy de ese segundo aspecto de nuestras vidas, que no es tan segundo cuando sucede que se presenta con tanta facilidad en nuestro consciente diario o al menos con nexos tan estrechos.

Qué es de nosotros cuando el pretérito ya no lo es tanto, y que al fundirse con nuestros apreciados deseos futuristas, confluyen en sensaciones tan rimbombantes que acaban por destruir cualquier tipo de hermetismo nocturno. La verdad nos está mintiendo. Las sensaciones que nos catapultan o catapultaron son ahora las que nos destruyen salvajemente. Son ahora las que dan lo peor de nosotros. O al menos, siempre, lo más puro. Pueden hacerte llorar, reír, o sangrar viejos lamentos. Pero que son infalibles, sí que lo son.

A veces se piensa que son un fragmento de lo que nos puede pasar. A veces que son una porción distorsionada de lo que ya nos sucedió. O bien un pobre deseo transformado en realidad momentánea. Porque si hay algo que tienen, es realidad. Son el sol mismo. Son el viento mismo. Son los olores mismos. Son… son las caras mismas. Son los temblores mismos. Son. Sí. Son los sentimientos mismos. Las mismas catapultas y los mismos resultados. La imaginación nunca es tanto más fuerte que la realidad misma. Se pone a prueba no sólo nuestra capacidad imaginativa, sino la verdadera potencia de nuestros deseos. Tan fuertes pueden ser que llevan a que esas lágrimas sean en verdad una amargura que dura horas, y hasta días. Tan fuertes que su influencia mueve… no montañas pero si estómagos. Tan fuertes que su insistencia termina por hacerte escribir a nadie. Tan fuertes que te hacen sentir tan solo como el mismísimo día en que esas benditas sensaciones te mostraron al descubierto y te dejaron sucio, destruido, desamparado, seco, aburrido, amargado, hostil, taciturno y obnubilado, incrédulo, desesperado. No hay efecto más fuerte. No hay rato tan real y tan irreal a la vez. No hay rato tan feliz, y tan amargamente final. No hay comparaciones ni hay tampoco remedio más desconocido para estos canallas. No existen explicaciones valederas porque todas te llevan a pensar que existe el futuro. Y el futuro es sólo esa amarga sensación de no saber si será lo que deseas, un poco de miedo y algo de desconfianza. Una receta por demás intranquilizadora.

No hay modo de explicarlo. No hay situación tan límite. No hay sentidos tan exactos como los que aquí se manejan. No hay límites tan envidiables como los que aquí se establecen. No hay deseos ni olores tan reales. No hay olores tan reales, por sobre todas las cosas. No hay roces tan inconfundibles. No hay tacto tan minucioso. No hay labios tan increíbles. No hay manos tan imperfectamente reales. No hay, claramente, dos rostros iguales.

Ayer, como cada una de las noches que siguieron a la que te volví a ver, soñé contigo.


FOTO: "Sol de Medianoche"

SUEÑOS - Hamacas al río
(haz click debajo)

jueves, 25 de octubre de 2007

Mi conventillo (2da Parte)


Está también la Paloma, de quien ya les hablé. Vive sola -una tilinga de aquellas, pero muy sociable también, y a quien muy pocas soportamos-. Ella es la única “fabriquera” -como dice el jefe de mi marido, quien por cierto se la ha levantado en varias ocasiones- del conventillo.


Para comer, algunos días se prende un pucherito, a pedido de los lugareños, sino se comen algunos quesos con pan o sino legumbres. Salvo los gallegos, como Manolo, que se la pasan con su tocino bajo el
brazo, las comidas en la casa siempre se comparten.


El conventillo tiene 2 baños, como muy pocas en el barrio, pero que igual no alcanza para la cantidad de gente que la habita. Hay muchos tendederos de ropa, así que con esto no hay problema. Con lo que sí hay problema es con la pileta. Muchas mujeres que se ponen a lavar, se la pasan hablando en ves de apurarse, y si a eso se le suma que los muchachitos la usan para jugar, es casi imposible usarla.


Nosotros ocupamos la habitación nº 7 -a la izquierda del final del zaguán de la Serrano-, con una cocina pequeña, 2 camas, una mesita y una lámpara que casi nunca funciona y por último, mi único recuerdo de Italia, un libro que me regalo mi abuela el cual es muy preciado para mí y sobre el que estoy escribiendo estas memorias, con unas hojas que me prestó la Paloma, a quién seguramente le cuente ahora que me puse a escribir como ella me aconsejó.


La verdad, me cuesta hablar un poco de nuestra casita, por el simple hecho de no tener mucho que describir.


Escribo un poco sobre el jefe de mi esposo, quien vive en el Barrio Norte, con su gran casa, que no llega a se una mansión, pero que no se asemeja en nada a nuestras casillitas. En su casa, cuenta mi marido que la visitó, hay muchos muebles muy brillosos, que según dice trajo de Europa, a parte de la gran cantidad de pinturas sobre la pared.


Allá en Génova, de donde venimos, se pasaba mucho hambre –ni cerca de la que por ahí se pasa aquí-, a parte mi marido, cuando éramos solamente novios, no conseguía trabajo. Igualmente no me quejo. Muchos de los que conocimos al llegar a Montevideo, tuvieron que escaparse de Italia por estar afiliados al mazzinianismo.


En Europa dejamos muy pocos parientes y amigos por suerte, porque sino el desarraigo hubiese sido mucho mayor.

Viajamos a América para conseguir algo de dinero y volvernos a Europa para formar una familia allá (nosotros no renegamos de nuestro país, como otros), pero se hizo mucho más difícil de lo que imaginábamos, o por lo menos de lo que nos habían contado. Todo se agrava con en nacimiento de dos de mis hijos –Paolo y Gisela- ya que los otros dos se reparten entre Montevideo y Génova, Franco y María respectivamente.


Mi marido, al poco tiempo de llegados a Buenos Aires, luego de la complicada situación en Montevideo, consiguió el empleo en la Fábrica y nos instalamos aquí.


Espero que esta no sea la primera vez que escriba, aunque muchas ganas de seguir no me quedaron. Le voy a pedir a Paloma que me enseñe a hacerlo. Quiero que cuando Gisela crezca, sepa hacerlo bien.


Stella R.

(Lautaro Urreta - Junio de 2005)

domingo, 21 de octubre de 2007

Menuda licencia


Disculpad las molestias.
Estamos trabajando para su confort.


Dudas o consultas:
materialrobotico@gmail.com

jueves, 18 de octubre de 2007

Mi conventillo (1ra Parte)

Buenos Aires

Febrero de 1909

Diario:

Esta es la primera vez que escribo, luego de que hablando con la Paloma, esta me convenciera de que escribir es la mejor manera de expresar lo que uno siente, sin necesidad de contárselo a nadie. Acá hablan muchas pavadas, y muchas veces me termino por enojar.


Hace 2 años y medio aproximadamente de nuestra llegada a América, y 2 de nuestro arribo a Buenos Aires, luego de pasar unos meses varados en Montevideo.


No bien llegamos aquí, mi marido consiguió un trabajo en la Fábrica Nacional de Calzado, y su jefe nos instaló en esta pila de casitas que armaron para los que trabajan allí. El señor de bigotes del almacén, de quien nunca recuerdo el nombre, le llama ‘Conventillo’.


Una de sus entradas, sobre la calle Serrano, tiene en el frente un comercio, hecho de una madera hermosa, y con planchas del mismo material para cubrir sus vidrieras. Pegante, está la puerta de nuestro zaguán, uno de los más largos del barrio, al que por cierto llamamos Villa Crespo.


Siguiendo por el zaguán, decorado austeramente -por algunas de las mujeres de la casa- con algunas macetitas, al igual que las puertas de las habitaciones, se llega al patio del medio. Más adelante está la pileta, donde algunos pibes juegan con sus barquitos de madera, haciéndolos nadar inútilmente. Como si encontraran, en su destino, un futuro mejor. Otros chicos, los más grandecitos, de 5 a 10 años, son los que más ruido hacen. Si sumásemos a su insoportable bochinche, el invasor olor a comida dominguera y a kerosén, hace del ambiente un lugar muy poco soportable.


En este “conventillo” como dice el de bigotes, viven muchos compañeros de trabajo de mi marido, como ya mencioné. Somos todos europeos.


El mejor amigo de mi esposo, Raúl, es de Galicia, y uno de los tantos gallegos que habitan el lugar, precedidos en número por nosotros, los “tanos” (así dicen), que somos 55, aproximadamente y que venimos casi todos de fracasar en Montevideo.

También hay algunas parejas de turcos, con pocos hijos –creo que 2 cada uno-, que ocupan la habitación del fondo.

Gente muy trabajadora los turcos, a tal punto que el marido sale a trabajar temprano por la mañana, y vuelve muy tarde en la noche para repartir algunos abrazos y acostarse en su sucucho. La mujer que se la pasa rezando y los nenes que juegan solitos los pobrecitos-.


También hay unos gringos. Nunca fui, pero me dijeron que tienen una talabartería en la calle Thames; unos rusos y varios franchutes, muy perfumados por cierto. Aunque, entre nosotros, son de lo más apestosos.


Hay varios americanos, muy simpaticones, que también trabajan con mi esposo.


De lo más revoltosos, el grupo de malevos que ocupa el piso superior del conventillo. Pasan noches enteras a los tiros y a las puñaladas, peleando con los ‘compadritos’ que paran a dos cuadras de nuestro lugar (...)


Stella R.


(Lautaro Urreta - Junio de 2005)

martes, 25 de septiembre de 2007

Cuando la música me lee la mente II


Soledad en la habitación

Lluvia en la imaginación

El cielo no parece estar tranquilo


Un dolorcito en la piel

Y en sus labios de papel

La verdad no suele ser sincera


Pude no darte una razón

Para salir sin rumbo fijo

Y descifrar el acertijo

De tu vuelo


Decime todo lo que necesitas

Cuantas vidas valen un minuto más

Vendí todo para dárselo

Al viejo anhelo


Sintiendo que

Me desespero por ser

Bajo al desierto

Pega tan fuerte la luz

Que brilla por allá


Salgo de noche a caminar

Suelo jugar a despertar

Y en la miseria de la noche espero


Suelo perderme en el papel

De ser el viejo perro fiel

Creer (¿?) en el umbral del fuego


(F. E. // F. M.)
CHOPERA MUNICH
-2007-

Nota: Una delicia. Para ambos, mis cariños.

jueves, 13 de septiembre de 2007

La noche


La noche

Pesar de anticuados recuerdos

y humano que sin más momentos

se embarca en la soledad

estando

desierto, sin más: contento

abrigo de pocas pieles

que bregan por no enfriar

abierta

de crudos rojizos cuentos

inamovible sentimiento

enfermo y surreal

llena

sus ojos de firmamento

fugaz brillo que hieres

paciencia de semental

de penas

de muros y de lamentos

se engendran como estivales

calores y mariposas, más

mi andar

de fieltro, tejido

de angustias, fornido

sin más que no respirar.


La noche, estando abierta, llena de penas mi andar.


miércoles, 22 de agosto de 2007

De la mano de un furtivo desconocido

-Parte II-

'La luz de aquel nocturno deseo'

(se aconseja leer Parte I)

Intriga… ¿Intriga?


Con un grito exacerbado lo obligue, tomando fuerzas de una autoridad que sinceramente no sentía, a mostrarme qué escondía tras de sí. También lo insté a decirme qué tramaba.

El caudal de sales que emanaba de mis ojos se incrementó con la misma intensidad que mi sudor y nerviosismo.

Otro grito de mi parte nos dejó pensativos a ambos y, sin embargo, logré hacerlo ceder.

Finalmente podría saber la verdad, aún creyendo en lo profundo de mis sienes que aquellas palabras tan esperadas eran, inconscientemente, de mi conocimiento.


Salud.

Dentro del pozo anímico en que me encontraba, había podido sacar partido de mi depresión y hacerlo cambiar de parecer. Por un momento me sentí vivo, sólo por un momento.

Repentinamente, una fuerza sobrenatural empujó mis brazos hacia adelante llevando mi preciada hoja tandilera -artesanalmente afilada con la piedra de mi tío Osvaldo- ante la vista de mi anfitrión. Al otro lado de aquel espejo, la misma hoja, algo más gastada, con algunos años de uso, pero claramente reconocible por mí asombro.


¡No!


La mímica se repitió. Lo vi asombrarse y enfurecerse simultáneamente y en coreografía conmigo. ¡Hasta golpeó el espejo con la misma fuerza!

Nos miramos. Nos abrazamos en el calor maternal que nos dio la certeza de no estar solos, de poder compartir nuestro –ya no mío- último momento.

El llanto nos ganó a ambos, y ambos, también, caímos al suelo. No lo vi más y ojalá se hubiese tratado de una decisión mía, pero el golpe contra el lavatorio pudo más que mis ganas de conocer. Golpeé fuerte, muy fuerte.

Nada.

Destello.

Nada.


Me despierta un haz de luz tajante que vence la barrera de un par de débiles cortinas que decoran mi cuarto. Un tanto confundido y con la sensación que dejan esos sueños tan realistas, me rozaba la frente con la llema de los dedos, temiendo la infructuosa sensación de dolor que desprende encontrarse con un golpe a la pasada.

Cuando logré recuperarme, la vi allí. Aquella exquisita aglomeración de delgadas líneas y apacible lomo que esperaba ser reservado para su próxima visita.

Lo abrí. Certeramente, sus últimas líneas rezaban: “El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente. Soñó, ahora lo entiendo, la imposible fecha en el dólar.


Fin.

jueves, 16 de agosto de 2007

Cuando la música me lee la mente (I)*



De vos desprendí, y así me fuí
por más o por menos. Sin mí volví

Me molesta no verte y decirte
lo que es no tenerte tan cerca.
Me despierto y no se del destino,
si es el are o el agua tan fresca

Blue cae rodando y cura así
las heridas que aun no se secaron,
de aquel abril.

Lo que te di se vuelve hacia mí.
Solo senti perderte otra vez,
y esto es así: música para mí.
No dejaré ya descanzar mis pies.

BLUE
Lisandro Aristimuño
(Ese asunto de la ventana -2005)

No hace mucho, descubrí en la armonía de este peculiar personaje, muchas de las vivencias pasadas de mi vida.
Es muy poco frecuente encontrar una persona que no se deje penetrar por el encanto musical de este muchacho (favor de obviar acepciones homosexuales).
Creo q no va a ser la última vez q se los presente.

*Por cuestiones estéticas, esta entrada fue revisada y rehecha. He allí su nueva aparición.
Disculpad las molestias.
*Acceder preferentemente con Mozilla Firefox, de lo contrario 'MS Internet Explorer' no permitirá la apertura del reproductor.

lunes, 13 de agosto de 2007

De la mano de un furtivo desconocido

-Parte 1-
'Mirar, más que sentir.'


Silencio.

Admiré los últimos restos insalubres que me mostraba el rededor mientras entornaba, suavemente, la puerta del baño.

Dejé mis pertenencias (mi), y me dispuse a preparar el acto de manera que ni el viento notara de mi ausencia.

Giré la canilla, quité mis austeras prendas y recosté mi cuerpo en lo que fuese la mayor virtud que le conocía a mi vida: el gracioso hecho estar solo.


Frustración.


Con paciencia, me levanté casi en el acto, creyendo que no valía la pena obrar en bien de nadie. A fin de cuentas, ese sería el único momento que me vería sonreir. ¿Qué importaban los demás? Yo me iba a compartir conmigo mismo. Yo acabaría, sabiamente, con lo poco que vida que había aprendido a robarle al mundo.

Fue todo un logro ese momento, y me sentí muy bien por ello. Por primera vez.

Luego de fregar fuertemente la toalla contra mi rostro, lo vi aparecer.

Frente a mí -entumecido y atónito-, el reflejo que de a poco penetraba desde la sombra de aquel espejo comenzaba a delinear un cuerpo de marcada hombría y salvajismo.

Frenéticamente, despedía brillo de sus ojos, como si estos se empañaran del frio-calor que despedía mi cuerpo en aquel misterio abrumador de una habitación de baño llena de vapor.


La canilla no callaba.


En mi boca herméticamente sellada, se agolpaban cientos de dudas y preguntas para el misterioso y aún así vagamente familiar personaje que se presentaba frente a mí.

En la confusión de sensaciones de la que se jactaba aquel lugar, mi dentadura actuó de escudo dejando salir un temeroso: ¿Qué te sucede? ¿Por qué estás triste? (Nótese la infantilidad de mis cuestiones.)

Quedó mirándome un largo rato como si fuese yo el producto de su imaginación. Así, admiraba con rostro asombrado y lágrimas en los ojos, mi cuerpo desnudo y tiritante.

Parecía rendirse ante la presencia de mi alma flagelada, virtuosa y desvelada.

De repente, una voz por demás sensual y tajante susurró, “¿en qué estaba pensando?”. Acaso yo me estaría indagando. Acaso el eco de mis pensamientos podía hacerse verdad en un mar de inquietudes.


¿Quién osaba interrumpir ése, mi fatídico momento?


En ese instante presionó fuertemente los párpados contra la parte inferior de sus ojos (gesto que me conocía y muy bien, frecuente consumidor de limón crudo), y del estridente momento nacieron dos gotas de lluvia que conocieron cabalmente su rostro a lo largo y ancho de su efímera vida.

Cuando abrió, claros y penetrantes, sus ojos, me vi obligado a esconder el objeto que tenía entre manos, y que pacientemente había aguardado durante el baño. Vi a través de aquellos desfilar imágenes infinitas, algunas tan familiares como lo era su rostro para mí.

En el clímax de la hipnosis, logré dilucidar al hombre llorando solo y desconsoladamente, tanto como lo había hecho yo antes de ingresar allí.

Misteriosamente, ese hombre de barba que inspiraba dejadez, también escondía algo tras su cuerpo, no desnudo, pero tan frenético como el mío. Ante su resignado gesto negativo, lo creí nuevamente ajeno a mi vida, así como creía que él me veía.

continuará...

domingo, 5 de agosto de 2007

...envenuto

Memorias inconscientes, a bordo, del primer extrangero


Rompimos el hielo con la vergüenza.

Calla el cantor y también la serenata.

La obsecuencia derrota cualquier vano intento de menosprecio valedero. Los dilata y empobrece.

Cruzar el pantanoso arroyo que los separaba, llenolos a ambos de insatisfacción y pena.

Lloran. ¿Qué lloran?
¿Las humanas orillas que deseaban recordar, o los vírgenes horizontes que ahora temen?

De día, agotan todas sus verdades, jadeando en los atardeceres con impaciencia inoportuna.

Sólo se alimentaban de las ganas de morir; inhóspitos, enfermos, temerosos, rubores, en semejante salvajismo.

De noche, caen horizontes inmensamente anaranjados sobre sus espaldas, y los sorprenden robándole agua de lluvia a febriles hojas de árboles otoñales.

Ya no lloran. La angustia los consume y somatiza resignación. Les basta con tocarse de a ratos para sentirse muertos en vida.

La costa ya no es realidad. Es recuerdo, como lo es la vida.

Se alza en rededor un llano incomunicante, vertiginoso y agoviante a la vista. Algunos minúsculos sueños lo asemejan a las tierras negras de las que hablaran sus padres. Sólo que sin arena, y sin fuerzas excitistas que imaginen oasis.

miércoles, 18 de julio de 2007

La Familia B...


Diario de un VIAJERO ASIDUO



(Haz click en la fotografía para agrandarla)


Por más desastroso que parezca, la vida no es más que una mera hipoteca cuya última cuota se paga con la muerte. Es por eso que decido mi vida sea llena de vidas si es el final lo que espera en el final. ¿Es el final lo que espera en el final?

"POR UN MINUTO DE ARENA YO SUBIRÉ…"

Ya es hora. Me trepo inconsciente al vibrar de las agujas del reloj, que me indican que el único cuarto que existe es el tiempo que separa mi alma de su dignidad.

Siento y busco aquello que reconforta mi mente con ciencia de menester. Es mi voz que huye, enajenada, de mí, cual si fuera mi cuerpo quien la rechaza.

Con ella, mi vida se hace recuerdo gradualmente, y mi ser se funde en todo aquello que busca no agraviar mi vulnerabilidad.

"Y ASÍ ME FUI

POR MÁS O POR MENOS

SIN NINGUN FIN…"

Ya es hora, y los árboles queman sus hojas en el fuego de la velocidad. Pierden peso y estabilidad. Juegan a ser viento, y el viento: a ser transparente,

Todo es la nada misma, y su harta sensualidad abismal me encausa en el deber prodigioso de sentirme ligero, tanto como una pluma.

¡Eso es! ¡Liviano! ¡Suave! ¡Aterciopelado! Creer en el vacío como agua de vida. ¡Eso es! Eso es sentirse vivo. Soplar al silencio pequeñas y profanas ideas que osan escapar de las fauces de mi mente, que ya no es mente, es vacío.

¡Eso es! Y estoy vivo. Me siento vivo.

"Y NO HAY MARIPOSAS USADAS"

UNO. Cuantas flores que sepan mezclar aromas y alimentar al viento con su naturaleza fugaz, tenue y preciosa –tanto o más que a pureza misma-, saben erguirse con dicha prestancia.

Divagar de día y enternecerse de oscuras.

Eso es lo que soy. Es el tallo. Son los pétalos que escapan y se rinden ante la adversidad invernal. Individualista. Caen cual cenizas que fueron fuego; cual fuego que enseñó y dejó respirar.

También lo otro. La dualidad y crudeza del tirano invernal que empaña espasmos de ansiedad, opacando el horizonte con la maestría de un desalmado, mirando verde de espaldas, y negros los ojos.

DOS. Instantes tan siniestros como certeros. Imposible rescatar, crear, salir. Soy voz sin acordes ni receptores. Soy fuerza sin camino y esteros sin lugar. El agónico grito, mutando entre la dura resignación.

¡Claro que no! Nada es tan malo. Todo tiene sus raíces. ¿Cómo no saberlo?

TRES. Despierto, resignado a ser yo en el sepia del alba. El claro asecha e invade mi desesperanza. Soy luz. Soy flor. Soy árbol. Soy viento y también transparencia.

Reino, en la incertidumbre. No temo a desconocer. Desconozco el temor.

Afloran mis alas de profundos fracasos y expiran, límpidas, de la invisibilidad.

Soy vuelo.

Soy nuevo.

Soy vivo.

Soy.