lunes, 13 de agosto de 2007

De la mano de un furtivo desconocido

-Parte 1-
'Mirar, más que sentir.'


Silencio.

Admiré los últimos restos insalubres que me mostraba el rededor mientras entornaba, suavemente, la puerta del baño.

Dejé mis pertenencias (mi), y me dispuse a preparar el acto de manera que ni el viento notara de mi ausencia.

Giré la canilla, quité mis austeras prendas y recosté mi cuerpo en lo que fuese la mayor virtud que le conocía a mi vida: el gracioso hecho estar solo.


Frustración.


Con paciencia, me levanté casi en el acto, creyendo que no valía la pena obrar en bien de nadie. A fin de cuentas, ese sería el único momento que me vería sonreir. ¿Qué importaban los demás? Yo me iba a compartir conmigo mismo. Yo acabaría, sabiamente, con lo poco que vida que había aprendido a robarle al mundo.

Fue todo un logro ese momento, y me sentí muy bien por ello. Por primera vez.

Luego de fregar fuertemente la toalla contra mi rostro, lo vi aparecer.

Frente a mí -entumecido y atónito-, el reflejo que de a poco penetraba desde la sombra de aquel espejo comenzaba a delinear un cuerpo de marcada hombría y salvajismo.

Frenéticamente, despedía brillo de sus ojos, como si estos se empañaran del frio-calor que despedía mi cuerpo en aquel misterio abrumador de una habitación de baño llena de vapor.


La canilla no callaba.


En mi boca herméticamente sellada, se agolpaban cientos de dudas y preguntas para el misterioso y aún así vagamente familiar personaje que se presentaba frente a mí.

En la confusión de sensaciones de la que se jactaba aquel lugar, mi dentadura actuó de escudo dejando salir un temeroso: ¿Qué te sucede? ¿Por qué estás triste? (Nótese la infantilidad de mis cuestiones.)

Quedó mirándome un largo rato como si fuese yo el producto de su imaginación. Así, admiraba con rostro asombrado y lágrimas en los ojos, mi cuerpo desnudo y tiritante.

Parecía rendirse ante la presencia de mi alma flagelada, virtuosa y desvelada.

De repente, una voz por demás sensual y tajante susurró, “¿en qué estaba pensando?”. Acaso yo me estaría indagando. Acaso el eco de mis pensamientos podía hacerse verdad en un mar de inquietudes.


¿Quién osaba interrumpir ése, mi fatídico momento?


En ese instante presionó fuertemente los párpados contra la parte inferior de sus ojos (gesto que me conocía y muy bien, frecuente consumidor de limón crudo), y del estridente momento nacieron dos gotas de lluvia que conocieron cabalmente su rostro a lo largo y ancho de su efímera vida.

Cuando abrió, claros y penetrantes, sus ojos, me vi obligado a esconder el objeto que tenía entre manos, y que pacientemente había aguardado durante el baño. Vi a través de aquellos desfilar imágenes infinitas, algunas tan familiares como lo era su rostro para mí.

En el clímax de la hipnosis, logré dilucidar al hombre llorando solo y desconsoladamente, tanto como lo había hecho yo antes de ingresar allí.

Misteriosamente, ese hombre de barba que inspiraba dejadez, también escondía algo tras su cuerpo, no desnudo, pero tan frenético como el mío. Ante su resignado gesto negativo, lo creí nuevamente ajeno a mi vida, así como creía que él me veía.

continuará...

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