jueves, 18 de octubre de 2007

Mi conventillo (1ra Parte)

Buenos Aires

Febrero de 1909

Diario:

Esta es la primera vez que escribo, luego de que hablando con la Paloma, esta me convenciera de que escribir es la mejor manera de expresar lo que uno siente, sin necesidad de contárselo a nadie. Acá hablan muchas pavadas, y muchas veces me termino por enojar.


Hace 2 años y medio aproximadamente de nuestra llegada a América, y 2 de nuestro arribo a Buenos Aires, luego de pasar unos meses varados en Montevideo.


No bien llegamos aquí, mi marido consiguió un trabajo en la Fábrica Nacional de Calzado, y su jefe nos instaló en esta pila de casitas que armaron para los que trabajan allí. El señor de bigotes del almacén, de quien nunca recuerdo el nombre, le llama ‘Conventillo’.


Una de sus entradas, sobre la calle Serrano, tiene en el frente un comercio, hecho de una madera hermosa, y con planchas del mismo material para cubrir sus vidrieras. Pegante, está la puerta de nuestro zaguán, uno de los más largos del barrio, al que por cierto llamamos Villa Crespo.


Siguiendo por el zaguán, decorado austeramente -por algunas de las mujeres de la casa- con algunas macetitas, al igual que las puertas de las habitaciones, se llega al patio del medio. Más adelante está la pileta, donde algunos pibes juegan con sus barquitos de madera, haciéndolos nadar inútilmente. Como si encontraran, en su destino, un futuro mejor. Otros chicos, los más grandecitos, de 5 a 10 años, son los que más ruido hacen. Si sumásemos a su insoportable bochinche, el invasor olor a comida dominguera y a kerosén, hace del ambiente un lugar muy poco soportable.


En este “conventillo” como dice el de bigotes, viven muchos compañeros de trabajo de mi marido, como ya mencioné. Somos todos europeos.


El mejor amigo de mi esposo, Raúl, es de Galicia, y uno de los tantos gallegos que habitan el lugar, precedidos en número por nosotros, los “tanos” (así dicen), que somos 55, aproximadamente y que venimos casi todos de fracasar en Montevideo.

También hay algunas parejas de turcos, con pocos hijos –creo que 2 cada uno-, que ocupan la habitación del fondo.

Gente muy trabajadora los turcos, a tal punto que el marido sale a trabajar temprano por la mañana, y vuelve muy tarde en la noche para repartir algunos abrazos y acostarse en su sucucho. La mujer que se la pasa rezando y los nenes que juegan solitos los pobrecitos-.


También hay unos gringos. Nunca fui, pero me dijeron que tienen una talabartería en la calle Thames; unos rusos y varios franchutes, muy perfumados por cierto. Aunque, entre nosotros, son de lo más apestosos.


Hay varios americanos, muy simpaticones, que también trabajan con mi esposo.


De lo más revoltosos, el grupo de malevos que ocupa el piso superior del conventillo. Pasan noches enteras a los tiros y a las puñaladas, peleando con los ‘compadritos’ que paran a dos cuadras de nuestro lugar (...)


Stella R.


(Lautaro Urreta - Junio de 2005)

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