domingo, 5 de octubre de 2008



No sostiene, el origen de los caracoles, la bondad de su esencia. Y es polvo el polvo siendo los colores de sus caracoles, marrones, colorados o blancos.

En su suavidad exquisita de filo arrepentido de ostra resquebrajada, nace la naturaleza de este galopante de orillas, de este conocedor sabio de pieles humanas.

La eternidad de su reposo, interrumpida breve por el sabio vaivén de la brisa salada de mar, es quien traduce paz en los pies que la rozan; y en su reflejo que esboza mesetas desnudas, muere el frío de las almas en pena que su voz silenciosa visitan.

Cuanta inmensidad y cuanta fragilidad la de este gigante que erige melodías que la lluvia voraz no desbasta; que mide tiempo sin medir; que seca de sal, al agua dulce.