lunes, 29 de octubre de 2007

'Anoche' (con música recomendada)

(No soy un profeta. Soy un simple sentimental.)

Anoche

Los sentimientos mutan junto con las horas, con los días, con los estados del tiempo, y con los momentos vividos. Los sentimientos son una catarata de batallones inoportunos de señales que obran por tomarte desapercibido tanto para bien como para mal. Son deseos y también son consecuencias. Son sinceros. Son malintencionados. Son mentira y son verdad. Son lo que queremos ser y son lo que no queremos hacer. Son cada una de las catapultas que catapultan nuestros actos que a su vez catapultan buenos y malos resultados. Catapultas. Suena a eyección, y suena a suicidio. Pero bien sabemos que los sentimientos nunca nos conducen por los rieles más leves. Siempre nos catapultan. Siempre son el camino rápido. Lo que nunca sabemos (o a veces no queremos saber) es la luz de ese camino. A dónde vamos.

Pero no me cito hoy para hablarte de todo eso que nos pasa cuando los ojos tenemos bien abiertos. No cuando los sentidos están alerta. No cuando la luz nos pega en la cara y nos rechina la visión. No cuando los gritos o las palabras son más importantes que los sentimientos mismos. Malos o buenos. No cuando vale más un conjunto de esas palabras que el más puro de esos sentimientos. No cuando las acciones no se catapultan por nuestros sentimientos, convirtiendo nuestra actuación en legítima, sino que se rigen por patrones totalmente ajenos. No cuando, básicamente, no somos nosotros sino lo que esperan que sea de nosotros. No cuando la vida se remite a ser producto y respetar especulaciones de índole terciaria.

Voy a hablarte hoy de ese segundo aspecto de nuestras vidas, que no es tan segundo cuando sucede que se presenta con tanta facilidad en nuestro consciente diario o al menos con nexos tan estrechos.

Qué es de nosotros cuando el pretérito ya no lo es tanto, y que al fundirse con nuestros apreciados deseos futuristas, confluyen en sensaciones tan rimbombantes que acaban por destruir cualquier tipo de hermetismo nocturno. La verdad nos está mintiendo. Las sensaciones que nos catapultan o catapultaron son ahora las que nos destruyen salvajemente. Son ahora las que dan lo peor de nosotros. O al menos, siempre, lo más puro. Pueden hacerte llorar, reír, o sangrar viejos lamentos. Pero que son infalibles, sí que lo son.

A veces se piensa que son un fragmento de lo que nos puede pasar. A veces que son una porción distorsionada de lo que ya nos sucedió. O bien un pobre deseo transformado en realidad momentánea. Porque si hay algo que tienen, es realidad. Son el sol mismo. Son el viento mismo. Son los olores mismos. Son… son las caras mismas. Son los temblores mismos. Son. Sí. Son los sentimientos mismos. Las mismas catapultas y los mismos resultados. La imaginación nunca es tanto más fuerte que la realidad misma. Se pone a prueba no sólo nuestra capacidad imaginativa, sino la verdadera potencia de nuestros deseos. Tan fuertes pueden ser que llevan a que esas lágrimas sean en verdad una amargura que dura horas, y hasta días. Tan fuertes que su influencia mueve… no montañas pero si estómagos. Tan fuertes que su insistencia termina por hacerte escribir a nadie. Tan fuertes que te hacen sentir tan solo como el mismísimo día en que esas benditas sensaciones te mostraron al descubierto y te dejaron sucio, destruido, desamparado, seco, aburrido, amargado, hostil, taciturno y obnubilado, incrédulo, desesperado. No hay efecto más fuerte. No hay rato tan real y tan irreal a la vez. No hay rato tan feliz, y tan amargamente final. No hay comparaciones ni hay tampoco remedio más desconocido para estos canallas. No existen explicaciones valederas porque todas te llevan a pensar que existe el futuro. Y el futuro es sólo esa amarga sensación de no saber si será lo que deseas, un poco de miedo y algo de desconfianza. Una receta por demás intranquilizadora.

No hay modo de explicarlo. No hay situación tan límite. No hay sentidos tan exactos como los que aquí se manejan. No hay límites tan envidiables como los que aquí se establecen. No hay deseos ni olores tan reales. No hay olores tan reales, por sobre todas las cosas. No hay roces tan inconfundibles. No hay tacto tan minucioso. No hay labios tan increíbles. No hay manos tan imperfectamente reales. No hay, claramente, dos rostros iguales.

Ayer, como cada una de las noches que siguieron a la que te volví a ver, soñé contigo.


FOTO: "Sol de Medianoche"

SUEÑOS - Hamacas al río
(haz click debajo)

jueves, 25 de octubre de 2007

Mi conventillo (2da Parte)


Está también la Paloma, de quien ya les hablé. Vive sola -una tilinga de aquellas, pero muy sociable también, y a quien muy pocas soportamos-. Ella es la única “fabriquera” -como dice el jefe de mi marido, quien por cierto se la ha levantado en varias ocasiones- del conventillo.


Para comer, algunos días se prende un pucherito, a pedido de los lugareños, sino se comen algunos quesos con pan o sino legumbres. Salvo los gallegos, como Manolo, que se la pasan con su tocino bajo el
brazo, las comidas en la casa siempre se comparten.


El conventillo tiene 2 baños, como muy pocas en el barrio, pero que igual no alcanza para la cantidad de gente que la habita. Hay muchos tendederos de ropa, así que con esto no hay problema. Con lo que sí hay problema es con la pileta. Muchas mujeres que se ponen a lavar, se la pasan hablando en ves de apurarse, y si a eso se le suma que los muchachitos la usan para jugar, es casi imposible usarla.


Nosotros ocupamos la habitación nº 7 -a la izquierda del final del zaguán de la Serrano-, con una cocina pequeña, 2 camas, una mesita y una lámpara que casi nunca funciona y por último, mi único recuerdo de Italia, un libro que me regalo mi abuela el cual es muy preciado para mí y sobre el que estoy escribiendo estas memorias, con unas hojas que me prestó la Paloma, a quién seguramente le cuente ahora que me puse a escribir como ella me aconsejó.


La verdad, me cuesta hablar un poco de nuestra casita, por el simple hecho de no tener mucho que describir.


Escribo un poco sobre el jefe de mi esposo, quien vive en el Barrio Norte, con su gran casa, que no llega a se una mansión, pero que no se asemeja en nada a nuestras casillitas. En su casa, cuenta mi marido que la visitó, hay muchos muebles muy brillosos, que según dice trajo de Europa, a parte de la gran cantidad de pinturas sobre la pared.


Allá en Génova, de donde venimos, se pasaba mucho hambre –ni cerca de la que por ahí se pasa aquí-, a parte mi marido, cuando éramos solamente novios, no conseguía trabajo. Igualmente no me quejo. Muchos de los que conocimos al llegar a Montevideo, tuvieron que escaparse de Italia por estar afiliados al mazzinianismo.


En Europa dejamos muy pocos parientes y amigos por suerte, porque sino el desarraigo hubiese sido mucho mayor.

Viajamos a América para conseguir algo de dinero y volvernos a Europa para formar una familia allá (nosotros no renegamos de nuestro país, como otros), pero se hizo mucho más difícil de lo que imaginábamos, o por lo menos de lo que nos habían contado. Todo se agrava con en nacimiento de dos de mis hijos –Paolo y Gisela- ya que los otros dos se reparten entre Montevideo y Génova, Franco y María respectivamente.


Mi marido, al poco tiempo de llegados a Buenos Aires, luego de la complicada situación en Montevideo, consiguió el empleo en la Fábrica y nos instalamos aquí.


Espero que esta no sea la primera vez que escriba, aunque muchas ganas de seguir no me quedaron. Le voy a pedir a Paloma que me enseñe a hacerlo. Quiero que cuando Gisela crezca, sepa hacerlo bien.


Stella R.

(Lautaro Urreta - Junio de 2005)

domingo, 21 de octubre de 2007

Menuda licencia


Disculpad las molestias.
Estamos trabajando para su confort.


Dudas o consultas:
materialrobotico@gmail.com

jueves, 18 de octubre de 2007

Mi conventillo (1ra Parte)

Buenos Aires

Febrero de 1909

Diario:

Esta es la primera vez que escribo, luego de que hablando con la Paloma, esta me convenciera de que escribir es la mejor manera de expresar lo que uno siente, sin necesidad de contárselo a nadie. Acá hablan muchas pavadas, y muchas veces me termino por enojar.


Hace 2 años y medio aproximadamente de nuestra llegada a América, y 2 de nuestro arribo a Buenos Aires, luego de pasar unos meses varados en Montevideo.


No bien llegamos aquí, mi marido consiguió un trabajo en la Fábrica Nacional de Calzado, y su jefe nos instaló en esta pila de casitas que armaron para los que trabajan allí. El señor de bigotes del almacén, de quien nunca recuerdo el nombre, le llama ‘Conventillo’.


Una de sus entradas, sobre la calle Serrano, tiene en el frente un comercio, hecho de una madera hermosa, y con planchas del mismo material para cubrir sus vidrieras. Pegante, está la puerta de nuestro zaguán, uno de los más largos del barrio, al que por cierto llamamos Villa Crespo.


Siguiendo por el zaguán, decorado austeramente -por algunas de las mujeres de la casa- con algunas macetitas, al igual que las puertas de las habitaciones, se llega al patio del medio. Más adelante está la pileta, donde algunos pibes juegan con sus barquitos de madera, haciéndolos nadar inútilmente. Como si encontraran, en su destino, un futuro mejor. Otros chicos, los más grandecitos, de 5 a 10 años, son los que más ruido hacen. Si sumásemos a su insoportable bochinche, el invasor olor a comida dominguera y a kerosén, hace del ambiente un lugar muy poco soportable.


En este “conventillo” como dice el de bigotes, viven muchos compañeros de trabajo de mi marido, como ya mencioné. Somos todos europeos.


El mejor amigo de mi esposo, Raúl, es de Galicia, y uno de los tantos gallegos que habitan el lugar, precedidos en número por nosotros, los “tanos” (así dicen), que somos 55, aproximadamente y que venimos casi todos de fracasar en Montevideo.

También hay algunas parejas de turcos, con pocos hijos –creo que 2 cada uno-, que ocupan la habitación del fondo.

Gente muy trabajadora los turcos, a tal punto que el marido sale a trabajar temprano por la mañana, y vuelve muy tarde en la noche para repartir algunos abrazos y acostarse en su sucucho. La mujer que se la pasa rezando y los nenes que juegan solitos los pobrecitos-.


También hay unos gringos. Nunca fui, pero me dijeron que tienen una talabartería en la calle Thames; unos rusos y varios franchutes, muy perfumados por cierto. Aunque, entre nosotros, son de lo más apestosos.


Hay varios americanos, muy simpaticones, que también trabajan con mi esposo.


De lo más revoltosos, el grupo de malevos que ocupa el piso superior del conventillo. Pasan noches enteras a los tiros y a las puñaladas, peleando con los ‘compadritos’ que paran a dos cuadras de nuestro lugar (...)


Stella R.


(Lautaro Urreta - Junio de 2005)